¿A cambio de qué?
El sistema es
muy sencillo. Si yo trabajo y gano dinerito, yo puedo gastarlo en comprarme un
pantalón cada tres meses. Al que se lo compro, le llega mi dinerito y puede
contratar a otra persona para hacer frente al pedido de otros que, como yo, le
compran también un pantalón cada tres meses. Y ahora le compran más porque, gracias a comprar pantalones, uno que no tenía trabajo, ahora cose
vaqueros.
Pero… ¿Y si
se pierde la confianza? Si yo veo oscuro mantener mi trabajo, ¿compraré un
pantalón cada tres meses o trataré de aprovechar el que tengo unos meses más?
Y, ¿qué consigo con eso? Que el que me vende pantalones no contrate a nadie
porque no lo necesita (contagiado también de esa desconfianza) y el que se puso
a coser vaqueros antes ahora siga en casa esperando que le llamen del paro. Lo
de la pescadilla, ya saben ustedes.
El consumo es
bueno. Anima la economía. Hace crecer. Con límites. Con
personas cabales que pongan esos límites porque si no es así, nace la burbuja.
Y la burbuja, cualquier burbuja, es peligrosa. La inmobiliaria la estamos pagando ahora.
¿Han
escuchado que parece que todo se arregla? También lo dijo el anterior y no era
verdad. O sí, y no le creímos. Ahora, el problema, es que hemos perdido la
confianza, que no creemos a ninguno. Ni a los de antes ni a los de ahora y, lo
peor, tampoco nos vamos a creer a los que vengan después de ellos.
¡Y nos piden
el voto para las europeas! Se creen que seguimos
siendo los mismos tontos de siempre. Que no nos damos cuenta de que los
resultados electorales sólo sirven para dos cosas.
Una: colocar a los que sobran en el parlamento europeo y
darles un buen sueldo por nada.
Y dos: saber quién de los dos ha sacado más
votos. Como cuando estábamos en la escuela.
¡Y nos pedís el voto!
¿A cambio de qué? Os acordaréis de todo esto cuando estalle de verdad el
peligroso juego que mantenéis manejando, una vez unos y otra vez otros, a unos
ciudadanos libres y cansados de tanto traqueteo. Cuando eso pase, no os
asustéis. Aceptadlo y asumid las consecuencias. Y no será tarde, al paso que
vais. No penséis que todo el daño que estáis haciendo se va a quedar en agua de
borrajas.
12 de mayo de 2014
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PENSANDO, PENSANDO...
Nos pasamos la vida pensando en lo que vendrá. Casi siempre pensando en lo bueno que está por venir o lo bien que lo pasaremos en nuestro próximo viaje a ese destino planeado. Y, a veces, nos pasamos un buen rato despensando lo pensado.
Cuando la cuerda se rompe por haber tirado demasiado no sólo se rompe la cuerda. Se rompen los sueños, las ilusiones, lo pensado y es momento de despensar. Sin embargo cuesta más. Porque apenas tenemos tiempo de asimilar que lo que llevamos pensado más de cien días se rompe en un momento de angustia o sinrazón. Deshacer el camino mental hecho descoloca a los humanos. No estamos preparados para las rupturas. Preferimos que todo se mantenga más o menos bien.
Despensar un objetivo es siempre desalentador. No sabes por dónde empezar. Pero cuando terminamos de despensar, curiosamente, nos ponemos a pensar en otras cosas. Somos animales de costumbres. Somos un suspiro tras otro. Somos algo que no sabemos muy bien cómo funciona. Pero funciona.
Y levantarse cuando nos caemos implica estar enteramente convencidos de que somos lo que queremos ser. La decisión nos hace libres e inteligentes.
Y hoy mi decisión es: pensar en otra cosa.
8 de abril de 2014
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ESTABA EQUIVOCADO
Cuando me dijeron que con el dinero recaudado se iban a comprar bicicletas me quedé pensativo. ¿Para qué? ¿Para que jueguen? Eso supuse. Estaba equivocado.
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La mejor manera que se les ocurrió para recaudar fondos para sus proyectos en India fue un concierto. Un concierto que englobara todos los estilos musicales, todos los gustos, vamos una utopía, pensé yo. Estaba equivocado.
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Cuando me propusieron presentar el concierto en la Sala de Cámara del Centro Cultural Miguel Delibes accedí gustosamente. Me dijeron que no iba a cobrar nada, que era para una buena causa. Y accedí sin pensarlo. Siempre hay la necesidad de ayudar. Cuando ayudamos a los demás, nos estamos ayudando a nosotros mismos. Yo pensaba siempre que poco puede hacer uno por los demás, por cambiar lo establecido, por cambiar las cosas. Estaba equivocado.
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Vicente Ferrer llegó a India con 32 años como misionero jesuita. Los dirigentes del país lo echaron porque ayudaba a los más necesitados y hacía peligrar el régimen. El sistema de castas, abolido pero vigente, establece 4 castas. Desde los sacerdotes hasta los esclavos. Nadie puede cambiar de casta ni casarse con alguien de casta diferente. Por debajo de estas castas están los dálits. Son los marginados, los intocables. Tienen el rango de los perros y han de recoger los excrementos de los humanos con las manos. A esos ayudaba Vicente Ferrer. Tuvo que salir del país y hacer piruetas con Indira Gandhi para regresar. Regresó pero tuvo que ir a otra zona para seguir su camino. Murió en 2009, allí. En su sitio. No pensé que le hubiera sido tan difícil. Estaba equivocado.
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El concierto salió como esperábamos todos. Más de cien personas implicadas. Seis mil euros de recaudación en entradas. Minutos antes de empezar me dijeron que también había una fila cero para quien quisiera, en el descanso, aportar un euro o dos. Y añadí eso a un guión más lleno de garabatos y correcciones que de texto impreso. Justo antes del descanso lo comuniqué a los asistentes. A la vuelta quería dar la recaudación de esa fila cero. 300 euros sería una buena cifra. Estaba equivocado.
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Recaudamos en 15 minutos de descanso 1.100 euros. Pues bien. Creo firmemente que el apoyo fue tal porque minutos antes todos sabíamos para qué iba a dedicarse ese dinero. Se construirá una casa para una persona discapacitada que le dará dignidad y autonomía, 125 programas nutricionales para enfermos de sida a base de cereales y legumbres, y 42 bicicletas. Los niños y niñas que van a la escuela en primaria pueden hacerlo más o menos con comodidad porque los colegios están cerca de donde viven. Pero el paso a secundaria implica una enorme distancia hasta el instituto. Tiempo y riesgo que no todos los padres están dispuestos a aceptar. Las niñas tienen, además, que trabajar en casa y esa distancia las aleja de la escolarización y dejan de estudiar. Las bicicletas les aportan esa seguridad que necesitan y acortar el tiempo de desplazamiento hasta los institutos y poder así seguir con su proceso de escolarización.
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Y yo pensaba que las bicicletas son para el verano. Estaba equivocado.
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